En un estadio de noche permanente, se ensombrece todo, también esa poca luz que sirve para encaminarnos hacia el lugar en el que obtener, al menos, ese mínimo que nos ha de ayudar a sobrevivir por el espacio.
Si lo desigual no constituye ya fundamento, sino que se adentra en el desprecio, fomentado desde las alturas, posiblemente acabemos inmersos en el aplauso a la uniformidad consentida, esa que asegura al mandamás cuando ve flaquear sus propósitos. Hoy, que se les sirve en bandeja de plata disposiciones tremendas, desde Supremos que se toman la Justicia para sí, como salvaguardia de poder omnímodo, nos movemos sin luces, como si hubiéramos entrado en ese lado oscuro en el que la presencia no es lo más importante, sino poder adivinar donde está la puerta de salida.
Los propósitos, que siempre han estado ahí, agazapados esperando el momento, se vinieron aprovechando ya desde hace muchos años, aunque los humanos, sin capacidad recordatoria, no conserven, como los animales, el sentido de autodefensa que les permite sobrevivir ante lo que pueda ser inevitable. Pero mejor continuemos por el lado autodestructivo, que inventar caminos más difíciles por los que descubrir el cielo que se nos niega de este mundo, reservado solo a los creyentes, que participan de su más mundana necesidad de salvación, huyendo de las novedades inseguras.
Conservemos las cerillas a mano para encenderlas, llegado el caso en el que la luz se pague y el lado oscuro se imponga...