Qué podemos decir de nuestra casa, cuando significa tanto en nuestra propia identidad y nos asegura, cuanto menos, ese confort que nos protege, en la intimidad de tanto riesgo venido de fuera y que acomoda nuestros sueños, cuando queremos inspirarnos a la hora de construir proyectos.
Es una idea general que nos procuramos los humanos, extensiva, cómo no, a la que también ocuparán los grandes líderes planetarios, con su mayor o menor boato, sintiéndose excluidos de la agotadora vida diaria que les hacen mantener, por el único placer de compartir imagen pública ante el resto, obligado a subsistir con lo que tiene, aunque con mucho menos lujo y con más carencias.
Hoy me quiero recrear en esas Casas Reales, que viven siempre con ese afán de protección sobre esos miembros que siempre podrían quedar expuestos a los innumerables peligros, que podrían llegar a afligirles en demasía.
En particular la nuestra, la española, diseñada en exclusiva como coraza protectora, a la que se le han visto demasiadas fisuras que, de cara a los españoles, resultan un poco escandalosas de puertas para afuera, mientras que, para adentro, seguro que se verán eficaces por su estructura, muy poco traslúcida, casi opaca, pero desde luego diseñada en defensa de unos intereses que no coinciden a veces ni siquiera con los que serían apropiados para un país, que costea ampliamente todo lo que muchos consideraríamos excesos.
De vez en cuando, surge la sorpresa, lo inesperado, la foto que no puede ser evitada, la noticia que se escapa por momentos del control de los censores, la impertinencia del ilustre habitante de la Casa que hace de su capa un sayo y no se encomienda a nadie, con tal de lograr el objetivo deseado.
En fin, también allí, en ese tipo de casa particular donde las reflexiones son casi idénticas a las de cualquier mortal que la habita, lo habitual en defensa de lo propio, será poner de vuelta y media a cualquier competidor, censurar la extravagancia del primo o del abuelo que, sin consultar, consigue exponerse a lo que podría haberse evitado fácilmente, acabará siendo lo mismo que, en cualquier otra dirección, demandan las circunstancias, aunque sin todo ese lujo de facilidades pagadas.