No puede negarse que cada día estemos los humanos creando y creando unos intereses con los que dominar el mundo, cada cual a su modo, para conseguir ese fin último al que no podemos negarnos. Al menos hasta que nos rinda la voluntad que les acompaña.
A medida que se eleva tu posición en las sociedades, se eleva también el deseo de conquista y con él los intereses que deberás añadir, para que la fórmula aplicada te sirva para avanzar, con la consigna interiorizada de que un paso atrás es una derrota. Yo entiendo que así lo juzga, al menos, ese liberalismo que en lo económico no quiere pararse y que siempre aspira a lograr su máximo empeño.
Netanyahu y Trump, de momento, piensan lo mismo, sobretodo en lo tendente al remate de unos fines que tratan de consolidar a toda costa y sin reparar en aquello que pueda perjudicarlos, que para eso son los putos amos, capaces de mantener su hegemonía en el mundo. Esa creencia que les hace cada día un poco más fuertes, tiene que ver con todo lo que esté a su favor y se sitúe en cualquier parte del mundo, de ahí que los apoyos que reciban, allá donde se manifiestan, les haga sentir con capacidad suficiente como para desarrollar los principios que particularmente acumulan, aunque sean discordantes con los otros, los que de verdad la Humanidad iba sumando.
Ello les sugestiona y parece protegerles contra el resto, con la intención de hacernos creer que realmente son ellos los que manejan las líneas maestras del nuevo orden mundial y, por lo tanto, quienes están más capacitados para instaurarlo.
Díganme, si no es así, cómo se puede entender que sea el propio Netanyahu quien se erija para proponer al resto del mundo que se le otorgue, a su apreciado amigo Trump nada menos que el Premio Nóbel de la Paz.
Cuantas cosas habremos de ver aún, a la hora de crear sus propios intereses.
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