domingo, 21 de septiembre de 2025

Perra chica

 

 

Entre los más mayores había un dicho... "para ti la perra chica" que era como decir que ganabas el premio de consolación, a pesar de los muchos esfuerzos que hubieras hecho antes, para llegar al punto donde querías llegar aunque fuera del todo insuficiente, inútil, solo satisfactorio para tu propio ego. La perra gorda se la ganaban siempre otros, aunque sufrieran menos, solo por el hecho de ser hijos de papá y disfrutar de su continuo beneplácito.

 

Quienes hoy son "boomers" e íbamos ganando en confianza, a medida que escalábamos puestos de mayor responsabilidad, raramente nos escondíamos para disimular la pobreza, todos éramos pobres y los ricos se contaban casi con los dedos de la mano. Así que, a la sombra de esas pequeñas mejoras que fuimos logrando mandamos a nuestros hijos a la Universidad, como aquellos centros neurálgicos que propiciarían su ascenso, una vez se hicieran dueños del conocimiento y obtuvieran el preciado título que les aseguraba una distinción. No nos dimos cuenta del error en que caíamos, ni de las carencias que pudieran ir sufriendo, muy a su pesar, ante la dispersión y carestía de unos puestos de trabajo que nunca han estado en consonancia, ya que hubo abogados supliendo bajas administrativas, arquitectos descolocados, y hasta médicos desempleados. Demasiada oferta para una demanda que se desarrollaba a un ritmo muy inferior al deseado.

 

Si no dejamos de vislumbrar lo duro que pueda resultar independizarse y hacerse simplemente con una vivienda en la que poder formar una familia, que también ha dejado de llamarse familia para ser componenda vital, sin hijos a la vista, será fácil llegar a la conclusión de que toda aquella ilusión de nuestros años mozos, confiando en poder dotar a nuestros hijos de facilidades superiores a las nuestras, se ha venido abajo como el castillo de naipes que nunca termina tomando la altura deseada y que les  acabará concediendo, vía hereditaria, lo que ellos mismos no pudieron conseguir por su cuenta.

La espada de Damocles pende sobra las cabezas de los jubilados, a quienes se les achaca ahora ser los culpables de una desolación que el Sistema nunca supo aprovechar en beneficio de las generaciones futuras. La ingravidez, la improvisación, el cortoplacismo y otras tantas secuelas que han venido incidiendo en lo personal, hasta convertirse en algo genérico, son consecuencia directa que solo el individualismo pertinaz es capaz de solventar poco a poco, olvidando la suma de todas aquellas Cooperativas que tan bien funcionaron en su momento y que, seguramente, ya no volverán nunca más.

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