Difícil, muy difícil, nadar contra la corriente que camina en sentido contrario. Te hacen falta fuertes dosis de paciencia y también de fortaleza, para ir esquivando esa otra que te llega de frente y no se detiene por ningún motivo, solo sigue una inercia que, desde su inicio, va así marcada.
Cuando la política marca el rumbo y se hace protagonista cada día, quedamos todos expuestos a ir donde nos quiera llevar, independientemente de lo que pensemos. Todo aceptando previamente que apenas somos dueños de nuestros intereses, sino que quedan por delante, muy por delante, los de esos otros que gobiernan el poder en la sombra y saben bien dirigir nuestros pasos en el sentido que a ellos mismos les conviene. Solo nos queda rezar (el que sepa) para que lo que nos caiga encima sea algo reverente, aunque solo sea en parte, con nuestra pobre naturaleza de siervos.
Ahora se une la Iglesia también (nuestra Iglesia, que no la catecúmena) en ese lícito interés en cambiar el mundo, aunque más bien en la forma que le interesa, sobre todo al lugar que siempre ocupó y a las prebendas que quiere seguir percibiendo, que para eso se cuida muy mucho de orientar a las almas perdidas. Así en sus homilías próximas, desde esos púlpitos que siempre, los católicos practicantes, tienen muy en cuenta, habrá de ser todo lo más extensivas posibles para llegar al convencimiento de que, esa deriva tan progre que nos han ido inculcando, obedece más bien a designios de un infierno que, aunque no exista, hace sus veces en cuestión de miedo.
Fijémonos en toda esa cantidad de fuerza acumulada y quizás lleguemos a la conclusión de que el próximo periodo será conservador, aunque no nos guste...
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