Dejarse llevar por las corrientes, someterse a lo más común, dejar de indagar sobre lo perjudicial... compromete gravemente nuestro futuro y no lo digo yo, lo han dicho antes filósofos cualificados, que trabajan por nosotros y por nuestro bien, en ausencia de más medios que se podrían implementar desde los gobiernos, si realmente fueran eficientes. Pero son tantos los problemas que se van acumulando, tantas las frustraciones que venimos sufriendo, que no es nada fácil encontrar la manera de separarse a los márgenes y recuperar el sentido que nos devuelva a la razón.
Imaginemos, por un momento, que estamos siendo arrastrados por la corriente y nos precipitamos por las cascadas en busca de la mar de dudas que al final nos espera y que nunca resolveremos, posiblemente. Sería el modelo con el que convivir y que, sin agotar nuestras fuerzas, nos acabaría venciendo, a menos que tuviéramos la inteligencia de saber resolver lo de salvar las moles de piedras, de impedimentos, que surgen a diario en el discurrir entre problemas.
Solemos dejarnos llevar, evitando confrontar con lo que nos duele o no admitimos, recurriendo a sucedáneos, a la pastilla milagrosa que, aunque solo sea de efectos momentáneos, al menos evita algo de sufrimiento a falta de recursos más sólidos e integrados en características que quizás poseyéramos pero hemos venido olvidando. Los idearios quizás estén siendo el sustituto ideal en el que refugiar la falta de iniciativa y creo que es craso error utilizarlos como nuevo vellocino de oro de la mitología con el que los antiguos enfrentaban todos los riesgos; nada más absurdo que confiar en ellos para salir del atasco en que, hoy por hoy, se sitúan nuestras cuitas.
Pongamos algo de esfuerzo, solo algo, y veremos que no es tan difícil volver a vivir sin tener que recurrir a la inercia...
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